F1 acierta al priorizar seguridad, pero derrapa en transparencia y destreza
Siempre que hay un evento que termina sin realizarse cuando es visto por todo el mundo, el sabor de boca que queda en el público es amargo. Algo normal, porque los aficionados se quedaron sin el momento que esperaron e invirtieron tiempo, dinero o ambos para ver. Por lo tanto, la cuestión de lo que ocurrió este domingo en Bélgica es discutida ahora por muchas personas a través del prisma de la decepción. Más allá si la F1 debía correr o no, ese no es el quid de la cuestión. No al menos en este análisis. Es algo más serio.
Lo que ocurrió en Spa-Francorchamps fue una fatalidad climática. Es importante comenzar este editorial dejando claro que aquí no se discutirá ni criticará la decisión de no competir. Era evidente, por supuesto, porque no se podía ver y el tramo más peligroso de una pista complicada tenía una insistente tendencia al aquaplaning, como se vio en los graves accidentes en la F1 y en la W Series. La muerte estuvo llamando a la puerta durante todo el fin de semana. Afortunadamente, no se abrió.
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Y con respecto a otras carreras que sí se realizaron bajo condiciones climáticas muy complicadas, los pilotos de todos los tiempos hubieran pedido no correr con el estado que presentaba Spa este domingo.
Lo que hubo fue una cuestión diferente. Se trata de cómo la F1 y la FIA procedieron a lo largo del domingo representados en el director de carrera Michael Masi. Ya el sábado, Masi actuó de forma extraña al permitir que la clasificación de la Q3 siguiera adelante y no activara la bandera roja, incluso después de que Sebastian Vettel hiciera el pedido de suspensión y Lando Norris avisara que las condiciones eran peligrosas. Unos instantes después, Norris hizo aquaplaning en la subida de Eau Rouge y se estrelló con violencia contra las barreras de contención. Inmediatamente, la sesión se suspendió con bandera roja, y sólo se continuó cuando la lluvia cedió y la situación de la pista mejoró. En otras palabras, el límite para detener la Q3 fue un accidente. ¿Torpe? Torpe.
El domingo, Masi siguió en la posición de alguien que no tiene el mínimo control de las acciones, aunque es el que da la última palabra sobre lo que va a pasar. Aplazó la salida 25 minutos y comenzó la carrera con la pista en peores condiciones que las que había 25 minutos antes, detrás del auto de seguridad y con la información de que en otros 15 minutos habría un repunte de la lluvia. Las dos vueltas no aportaron nada significativo, ningún apoyo o demostración de control de la situación. Era lo obvio y sólo lo obvio: no se podía ver, no había diferencia.
Bandera roja, todo el mundo a boxes y a ver pasar el tiempo. La declaración de Masi, entonces, fue que existía la posibilidad de que los autos entraran a la pista con pacecar y dieran dos vueltas bajo la bandera verde para declarar terminada la carrera y luego repartir la mitad de los puntos normales de la carrera a los que tuvieran derecho a ello. Las quejas del público, el reconocimiento de la estupidez fueron un mensaje que llegó. Masi dejó de hablar del tema.
El plazo de tres horas para la resolución de la carrera se interrumpió por causas de fuerza mayor. Una hora y 30 minutos en los que nada cambió: llovía y la pista estaba en las mismas terribles condiciones que antes. El reloj marcaba más de la 1 de la tarde cuando llegó la esperada resolución: habría una carrera con bandera verde. Los autos salieron a la pista tras el pacecar y, de nuevo, quedó claro que nada había cambiado. Tal vez la pista estaba aún peor. ¿Y entonces qué? Dos vueltas más y una bandera roja. Al final, Masi hizo exactamente lo que había amenazado horas antes ante el clamor general. Fue uno de los golpes más evidentes jamás dados al público en una gran carrera. No había ninguna intención de competir, y tampoco había ninguna posibilidad. Lo único que existía era el circo.
Esto indica que sólo Masi sabía de la decisión de correr con el reloj para llegar a ninguna parte. Primero, hasta minutos antes de la nueva largada, si se puede llamar así, quien reconoció la pista fue el auto médico, más pesado y capaz de resistir en ese caos, y no el auto de seguridad, que ya estaba en peligro por andar tanto por una pista intransitable.
A su vez, también había reacción por parte de los equipos. Aston Martin cambió el alerón trasero de Lance Stroll, lo que le valió incluso una sanción de 10s añadida al tiempo de pseudo carrera; Red Bull corrió contra el tiempo y utilizó todo el poder de convicción a su alcance para arreglar y volver a poner en pista al auto accidentado de Sergio Pérez, que se despistó en las vueltas de calentamiento. No tendría sentido hacerlo ante la posibilidad de que se corra la carrera.
El punto más importante es este: la F1 fue deshonesta con el público. El único plan era esperar que la lluvia disminuyera drásticamente. Si eso no ocurrió, como no ocurrió, todo fue una gran maniobra de relaciones públicas para hacer ver que una situación incontrolable estaba bajo control. El hecho de que llueva o no llueva escapa al 100% al control humano. Masi actuó como si fuera Zeus, el dios griego que podía controlar los fenómenos climáticos.
La patética situación tiene otro complemento. Falta un plan de emergencia ante alguna carrera que deba ser interrumpida, con algún problema que obstaculice un evento. ¿Cómo puede la F1 organizar 22 carreras al año, especialmente en tiempos de pandemia, preparar una seguidilla de nueve GPs en 11 semanas y no tener un plan de acción para algo así?
Lo ocurrido en Bélgica no era imprevisible. No hubo ningún tsunami, ni ningún incendio forestal fuera del autódromo. Era la lluvia. Una lluvia de verano en Stavelot, en la provincia belga de Lieja. Como tantas otras veces antes y seguramente muchas serán las siguientes en el futuro. ¿Cómo es que la F1 se dejó atascar sin un plan de acción claro que presentar el domingo por la mañana, todavía, antes de que se perdieran las horas sin ninguna noción sobre qué hacer que no fuera rezar? Fue una lluvia fuerte, pero no un huracán que aparezca de repente. Había que estar preparado.
En el año 2021, debería haber en el reglamento deportivo una serie de medidas a tomar en una situación así para que al menos se evite el ridículo de intentar burlar al público de todo el mundo. Michael Masi tomó un camino muy peligroso, y demostró que se tiene a sí mismo en muy alta consideración cuando se trata de astucia. Para el resto del mundo, incluso para la gente que vio el final con aburrimiento después de horas de espera, la astucia de un Chapulín Colorado de tercera categoría se tradujo sólo en un intento de vencer al sentido común.